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Un drama en México (vers. 1851)

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(Versión a la letra del original impreso. Se han conservado las características ortográficas del texto. Tomado de Musée des Familles. Lectures du Soir. Mundo Pintoresco y Literario, tomo segundo, París, 1850-1851, pp. 304-312. Ilustraciones de Eugéne Forest y Alexandre de Bar. Biblioteca Nacional de París.)

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LA AMÉRICA DEL SUR. ESTUDIOS HISTÓRICOS.
LOS PRIMEROS BUQUES DE MARINA MEXICANA.

i.– de isla de guajan a acapulco. arribada.

El 18 de octubre de 1825 arribaban á la isla de Guajan, una de las Marianas, dos buques, el Asia, navío de alto bordo, y el Constancia, bergantin de ocho cañones. Hacia seis meses que habian salido de España, y desde entónces las tripulaciones, escasas de alimento, mal pagadas y aburridas de trabajos y disgustos, agitaban ocultamente proyectos de rebelion, cuyos síntomas traspiraron mas especialmente á bordo del Constancia, mandado por el capitan señor Orteva que por su temple ferreo no se dejaba amilanar ni de la tormenta, ni del miedo. Unas graves averías, ocurridas al bergantin en su travesía de un modo inesperado, lo detuvieron, y forzaron al Asia que comandaba Dn. Roque de Guzuarte á la arribada á una con él. En una noche se rompió el compas no se sabe cómo, y en otra fueron cortados los obenques del trinquete, y cayó el palo con todos sus aparejos.

         Siendo la isla de Guajan, como las Marianas, dependiente de la capitanía general de las Filipinas, pudieron allí pronto los españoles reparar sus averías.

         El señor Orteva instruyó a Dn. Roque de la relajacion de disciplina que habia notado en su buque, y los dos capitanes redoblaron su vigilancia y severidad.

         Eran objeto del cuidado especial del señor Orteva dos hombres de su tripulacion. El primero, el teniente Martinez, por haber comprometido muchas veces su dignidad de oficial en los conciliábulos del castillo de proa , fue arrestado con órden de no salir de su camarote, y reemplazado interinamente por el aspirante Pablo. El segundo, el gaviero José , hombre vil y despreciable que vendia todo á peso de oro, se hallaba estrechamente oprimido por el honrado contramaestre Jacopo, en quien  hacia gran confianza el señor Orteva.

         El aspirante Pablo era uno de aquellos seres escogidos que al valor juntan una bella alma que cede á la generosidad. Habiendo sido recogido niño y huerfano por el capitan Orteva, su deseo era de vivir para corresponderle y de morir vengándole ó siguiéndole. En sus largas conversaciones con el contramaestre hablaba de su ternura filial como jóven fogoso y de corazon vehemente, y el bondadoso Jacopo le apretaba fuertemente la mano, al comprender lo que tan bien decia el aspirante. Así es que el señor Orteva con dos hombres decididos. Pero ¿ qué podian los tres contra las pasiones de una tripulacion indisciplinada ? En tanto que los oficiales del bergantin se concertaban para detruir el espítitu de discordia, Martinez, José y los demas progresaban en la conjuracion.

         En la víspera del aparejamiento el teniente estuvo en una taberna retirada con contramestres y marinos de las dos tripulaciones.

         –– Compañeros, dijo Martínez, gracias á mis prudentes averías, forzosa ha sido la arribada del bergantin y he podido hablar con vosotros.

         –– ¡ Brabo ! respondieron todos unánimemente.

         –– Hé aquí mi plan : nos ampararemos de los dos buques, y bordearemos hácia las costas de Méjico. Como la nueva Confederacion carece de marina comprará nuestras nave á todo precio, y no solamente cobraremos así nuestros haberes, sino tambien repartiremos entre todos el sobrante del valor.

         –– Corriente.

         –– La señal será un cohete lanzado del buque.

         –– En la altura de las isla de Mindanao. –– Muy bien.

         –– Pero ¿cómo recibirán los Mejicanos nuestros buques, objectó José, siendo así que la República ha decretado que se vigile á todos los Españoles ?

         ––Nos haremos reconocer de lejos, repuso Martinez, atando á la asta de la mesana la bandera mejicana.

         Así que Martinez desplégó una bandera verde, blanca y encarnada, un profundo silencio acogió el emblema de la independencia mejicana.

         –– ¡ Echais de ménos la bandera española, dijo el teniente con risa sardónica; entónces, idos á virar, viento en popa, á las órdenes del capitan Orteva ! ¡ Adelante, camaradas ! Nuestros estados mayores se prometen con los vientos favorables bogar hácia las islas de la Sonda ; pero les haremos ver que se puede sin su ciencia y su crueldad dar bordadas contra los monzones del Océano Pacífico.

         Los hombres de ese conciliábulo secreto se separaron y volvieron por diferentes puntos á sus respectivos buques.

         El dia siguiente el Asia y el Constancia levantaron anclas, y tomando el rumbo S. -O. se dirigieron á velas desplegadas hácia Nueva Holanda. Martinez vigilado de cerca ejercia de nuevo las funciones.

         Sin embargo el señor Orteva se hallaba acosado de siniestros presentimientos ; veia la caida inminente de la marina española, y como dotado de gran corazon no podia acostumbrase á los contratiempos sucesivos que abrumaban á su país, y á los que la revolucion de los Estados mejicanos acababan de poner el colmo. Conversaba á menudo con Pablo sobre los puntos de honor.

         –– ¡ Hijo mio ! le decia, sucumbiremos en la lucha ; moriré traidoramente ; pero ¿ no es verdad que me vengariais por vengar asi á la España ?

         –– ¡ Lo juro ! respondió Pablo.

         –– En mi bordo no te declares enemigo de nadie ; tu graduacion no te lo exige ; y acuérdate que en semejantes adversidades puede representarse un papel mas digno que el de servir á la patria, el cual consiste en cambiar el patriotismo en venganza y en castigar á los traidores que la venden.

         –– Os prometo no morir ántes que vos, respondió Pablo, y su arrogancia brillaba al traves de sus lágrimas.

         Hacia ya tres dias que los buques habian salido de las Marianas. El Constancia, que en alta mar saltaba sobre las olas gracioso, vigilante y al ras del agua, favorecido de una hermosa brisa, con la arboladura inclinada hácia atras, cubria de espuma sus ocho obuses de á seis.

         –– Doce millas, mi teniente, decia una noche el aspirante Pablo á Martinez ; si así vamos la travesía no será larga.

         –– Dios lo quiera ; bastante hemos padecido para no...

         El gaviero José se hallaba á la sazon cerca del castillo de popa.

         –– No tardaremos en descubrir tierra, dijo el teniente en tono alto.

         –– La isla de Mindanao, contestó el aspirante. Hénos aquí á 140º de longitud y 8º de latitud, y si no me equivoco, esta isla está por...

         –– 140º, 40º de longitud y 7º de latitud norte, repuso vivamente Martinez.

         –– ¿ Estais de cuarto á media noche, Pablo ?

         –– Sí, mi teniente.

         –– Son las seis de la tarde, y no quiero deteneros.

         Martinez, que permaneció solo sobre la popa, dirigió la vista hácia el Asia que navegaba bajo el viento del bergantin. Como el tiempo estuviese hermoso y presagiase una de aquellas noches frescas y tranquilas del trópico, buscó en la oscuridad á los hombres de guardia, y conoció á José y á otros con quienes habló en la isla de Guajan. Martinez se acercó un instante al hombre que estaba en el timon, le dijo dos palabras y se separó. Sin embargo fácil era echar de ver que habían puesto la barra un poco mas al viento, y tanto que el bergantin no tardó en acercarse sensiblemente al buque de línea.

         Martinez se paseaba contra su costumbre bajo el viento, por ver mejor al Asia, y torcia inquieto y atormentado una vocina en sus manos.

         Oyose de repente una detonacion á bordo del buque.

         –– Amura lo mas cerca posible la pequeña gavia, esclamó Martínez.

         –– Adelante, camaradas, [repuso] José ; y se lanzaron á los flechastes.

         –– ¡ Ea, á cargar las velas bajas !

         Precipitáronse otros marinos á las maniobras corrientes y cargaron sobre los cabos.

         El señor Orteva se presentó en el puente con sus oficiales, y Martinez se dirigió hácia el castillo de proa.

         –– ¡ Arriba todo el mundo ! esclamó el capitan.

         Oíanse detonaciones mas frecuentes á bordo del Asia.

         –– ¡ Braceen las gavias sobre el mastil ! mandó Martinez.

         La tripulacion obedeció.

         –– ¿ Quién ha dado la órden de ponerse al pairo ? preguntó Orteva con calma.

         –– ¡ La barra á bordo bajo el viento ! gritó Martinez.

         Obedecieron, y empujadas las velas por el viento en diferentes direcciones se sostuvo el bergantin casi inmoble.

         –– ¡ Aquí, muchachos ! esclamó Ortega.

         Pablo y los oficiales cogieron la pistola y el sable. Lanzáronse  algunos marineros con Jacopo á la cabeza para sostenerles ; pero, detenidos por los revoltosos, los desarmaron y ataron estos. Los soldados marinos y la tripulacion se formaron en la anchura del buque, y avanzaron contra el estado mayor. Á los valientes, arrinconados en la popa, no quedaba otro recurso que el de lanzarse contra los rebeldes. Acometiéronles pues, y Orteva apuntó á Martinez con su pistola.

         Lánzase en esto un cohete del Asia.

         –– ¡ Vencedores ! esclamó Martinez.

         La bala de Orteva se perdió en el aire. Esta sangrienta escena de noche no fué larga : el capitan atacó al teniente cuerpo á cuerpo ; pero, abrumado por el número y gravemente herido, fué prendido junto con su valiente estado mayor. Izáronse faroles á los que correspondieron los del Asia, donde estalló y triunfó á la vez la rebelion. Los oficiales fueron atados y arrojados en desórden á la cámara del consejo.

         Pero el aspecto de la sangre hizo surgir los feroces instintos. No bastaba la victoria, era preciso matar.

         –– ¡ Degollémoslos ! esclamaron algunos furiosos. ¡ Mueran ! ¡ Hombre muerto no habla ! ¡ mueran !

         Y lanzóse Martinez á la cabeza de los amotinadores sanguinarios hácia la cámara fatal ; pero el resto de la tripulacion se opuso á semejante crueldad, y salvó así al estado mayor.

         –– ¡ Llevad a Orteva al puente ! ordenó Martinez.

         Y obedeciéronle.

         –– Orteva, dijo Martinez, estos dos buques los mando yo ; D. Roque es mi prisionero como tú. Mañana os abandonaremos en una costa desierta , y luego nos encaminaremos hácia los puertos de Méjico, dónde venderemos estos dos buques al gobierno republicano.

         –– ¡ Traidor ! contestó Orteva.

         –– ¡ Largad las velas bajas, y cambiad las gavias lo mas cerca posible ! ¡ Atese á este hombre en la popa ! dijo designando á Orteva, y obedecieron.

         –– ¡ Los demas en la sentina ! ¡ prepárense para virar viento en popa ! ¡ larguen las escotas de foque ! ¡ Animo, camaradas !

         La maniobra se ejecutó rápidamente, y el capitan Orteva se halló desde entónces bajo el viento del buque cubierto de la mesana ; pero se oía aun su resonante voz que llamaba á su teniente : ¡ infame traidor ! Martinez, fuera de sí, se lanzó á la popa con un hacha en la mano. Prohibiéronle que llegase hasta el capitan ; pero cortó con vigor las escotas de mesana, y arrastrada la botabarra por la violencia del viento, dió tal golpazo al señor Orteva en la cabeza que le rajó el cráneo.

         Lanzóse del buque un grito de horror.

         –– ¡ Muerto por accidente ! ¡ Más vale así ! dijo Martinez con una carcajada sardónica.

         –– Arrójesele al mar, añadió con calma.

         Obedecieron como de costumbre.

         Tomaron de nuevo rumbo los dos buques, bordeando hácia las playas mejicanas. El dia siguiente descubrieron un islote ; echaron las lanchas al mar, y los oficiales, á escepcion del aspirante Pablo y del contramaestre Jacopo que se unieron silenciosamente al partido de los vencedores, fueron arrojados á aquella costa desierta. Mas no tardaron en ser recogidos por un ballenero inglés, el cual los trasportó á Manila.

         ¿ En qué consistia que Pablo y Jacopo pasaban al campo de los revoltosos ? Sin embargo lloraron cuando murió el capitan Orteva. –– Ya los juzgaremos mas tarde.

         Quince dias despues, las dos embarcaciones se hallaban ya en la bahía de Monterey, en el norte de Méjico y de la antigua California. Martinez puso en conocimiento del comandante militar sus intenciones, y le ofreció que entregaría á la república mejicana, desprovista de marina, los dos buques con sus municiones y armamento de guerra, y pondría las tripulaciones á su servicio. En cambio, esta había de pagar todo lo que se les debía desde que salieron de España. El gobernador contestó que no tenia los poderes suficientes para terminar este negociacion, y aconsejó á Martinez que se fuera a Méjico, para dónde se embarcó este en el bergantin Constancia, dejando el Asia en Monterey, abandonado hácia un mes á la diversión y á la licencia. Pablo, Jacopo y José formaban parte de la tripulacion ; el buque marchaba en alta mar y se dirigió hácia el puerto de Acapulco.

ii.– de acapulco a cigualan.

De los cuatro puertos que Méjico tienen abiertos en el Océano Pacífico, llamados San Blas, Zacatula, Tehuantepeco y Acapulco, el mas seguro de todos en las tempestades es este último. La ciudad es malsana y mal construida ; pero la rada puede contener fácilmente cien navíos. Los barcos se hallan abrigados por propicias elevaciones en toda dirección, y forman del puerto una concha tan tranquila, que los estranjeros que llegan por tierra creen que es un lago rodeado de montañas. La ciudad, situada al nordeste, se halla protegida por tres baluartes que guarnecen su derecha, miéntras que defiende su boqueta una batería de siete cañones, que puede en caso de necesidad bajo un ángulo derecho cruzar sus fuegos con los del fuerte de San Diego, el cual guarnecido de treinta piezas de artillería domina toda la rada, y echaría fácilmente á pique á todo buque enemigo que intentára forzar la entrada en el puerto.

         Esta ciudad, á pesar de hallarse bien fortificada, se alarmó seis semanas mas tarde de haber sucedido los citados acontecimientos, al ver un navio en alta mar ; é inquietos sobre las intenciones de la tal embarcación, los habitantes se acercaban unos á otros con cierta curiosidad...; ¡ acaso temian la vuelta de la dominacion española !... pues á pesar de los tratados de comercio firmados con la Gran Bretaña y la llegada del encargado de negocios de Londres que reconoció la república de Méjico, el gobierno no tenia un solo navío para proteger sus costas !...

         Cualquiera que fuera, esta embarcacion se aventuraba demasiado, pues los nortes, que soplan muchísimo desde el equinoccio de otoño hasta la primavera, habían de medir ásperamente sus relingas ! Sin embargo los habitantes de Acapulco no se hallaban ménos sobresaltados acerca de sus intenciones pácificas. ¡ Cuán sorprendidos quedaron pues cuando tan temida embarcacion les ofreció un bonito bergantin con la bandera de la independencia mejicana enarbolada !

         Llegado á medio tiro de cañon del puerto, el Constancia, cuyo nombre se leia en el cuadro de la popa, fondeó de repente ; se levantaron las velas sobre las vergas, y se aproximó al instante una embarcacion al puerto. Salió de ella Martinez, quien dirigiéndose á casa del gobernador, le instruyó de las circunstancias que le traían. Este aprobó la resolución que tomó el teniente de presentarse en Méjico, para obtener del general Guadalupe Victoria, presidente de la república, la ratificacion de la venta. Apenas se supo esta noticia en la ciudad, estallaron trasportes de gozo, y vino toda la población á admirar la primera nave mejicana, viendo ahí en su poder una prueba de la indisciplina española, y un medio de triunfar prontamente de ella.

         Martínez volvió á su bordo, y al cabo de algunas horas el bergantin Constancia se hallaba anclado en el puerto, y alojada su tripulacion en las casas de Acapulco.

         Mas cuando Martinez mandó tocar llamada, Pablo y Jacopo no parecieron...

         Lo que caracteriza a Méjico entre las demas comarcas del globo, es la estension y altura de la meseta que ocupa su centro. La cadena de las Cordilleras, llamadas Andes, atraviesa toda la América meridional, surca Guatemala, y á su entrada á Méjico se divide en dos partes, las cuales hacen paralelamente quebrados los dos lados del país. Ahora bien ; estas dos ramas son procedentes de la inmensa meseta del Anahuac, situada á 2,500 metros mas altas que los inmediatos mares. Aquella serie de llanos, mas estensos y no ménos uniformes que los del Perú y de la Nueva Granada, ocupan casi las tres quintas partes del país. La Cordillera, al penetrar en la antigua intendencia de Méjico, toma el nombre de Sierra Madre, y hácia las ciudades de  San Miguel y de Guanajuato se divide en tres ramas, que se disminuyen y se ocultan allá sobre los 57º  grados de latitud norte.

         Entre el puerto de Acapulco y Méjico distantes ochenta leguas entre sí, los movimientos terrenosos son ménos bruscos, y los declives ménos inesperados que entre Méjico y Vera Cruz. Después de haber pasado el granito, que se encuentra en las vecinas ramas del Océano, y dentro del cual está cortado el puerto de Acapulco, el viajero pasa á las rocas de pórfidos, de las que la industria arranca el espejuelo, el basalto, el calcáreo primitivo, el estaño, el cobre, el hierro, la plata y el oro.  El camino de Acapulco á Méjico ofrece puntos de vista y sistemas de vegetacion muy particulares y nuevos, por donde iban cabalgando descuidados ó no dos viajeros, uno tras de otro, algunos dias después de haber fondeado el bergantin Constancia.

         Estos eran los traidores españoles Martinez y José. El gaviero conocía el camino ; pues había atravesado diferentes veces las montañas del Anahuac. Por eso rehusaron al guía indio que les proponía sus servicios. Los dos aventureros, montados en hermosos caballos, se dirigían hácia Méjico, y al cabo de dos horas de trote redoblado que no les permitió hablar, se pararon.

         –– ¡ Al paso, teniente ! dijo José sofocadísimo. ¡ Virgen santísima ! mas quisiera cabalgar por no sé donde durante las aríadas del nordoveste.

         –– ¡ Démonos prisa ! respondió Martinez ; ¿ conoces el camino ?...

         –– Como vos el de Cádiz á Vera Cruz ; y no tendremos ni las tempestades del golfo, ni las barras de Taspan ó de Santander para aporrear nuestras yeguas !... Pero ¡ al paso !

         –– Más aprisa, repuso Martinez espoleando su caballo. ¡ Temo mucho la desercion de Pablo y de Jacopo !... ¿ Si querrán aprovecharse solos de la venta ?...

         –– ¡ Santiago ! ¡ y el oro que se nos debe !

         –– ¿ Cuántos dias de marcha hay de aquí ?

         –– Cuatro ó cinco, teniente, ¡ un paseo ! Pero, despacio, ¡ ya veis que el terreno es muy pendiente !

         En efecto, ya se echaban de ver las primeras ondulaciones.

–– Nuestros caballos no están herrados, dijo el gaviero parándose, y se gastan prontos los cascos en estas rocas de granito ! ¡ Ademas el suelo es bueno !... ¡ bajo de nosotros hay oro, y si andamos sobre él, no es por despeciarlo !

Los viajeros habian llegado á una altura que cubrian de sombra los palmeros en forma de avanico, los nopales y la salvia mejicana. Á sus pies se estendia un espacioso llano cultivado, donde se ofrecia á su vista toda la lozanía de la vegetacion de los países cálidos. Un bosque de caoba que habia á la izquierda dividia el paisaje de su agrestre é inmóbil solidez ; unos pimientos de largas vainas balanceaban sus flexibles ramas, movidas por los vientos cálidos del Océano Pacífico ; cañizales inmensos de azúcar erizaban la campiña, magníficas cosechas de algodon agitaban sin ruido sus penachos de seda gris ; el suelo entregaba bruscamente al sol el convolvulum ó jalapa medicinal, y el pimiento colorado ; y miéntras que los añiles, cacahuates, campeches y guayacos ocultaban á los viajeros el aspecto de un magnífico cuadro, las producciones variadas de la hora universal dalhias, mentzelias y helicantos hermoseaban con sus ardientes colores el terreno mas fertil de la intendencia mejicana.

Toda esta bella naturaleza parecia animada y risueña bajo los ardientes rayos que el sol de los trópicos le arrojaba copiosamente ; pero tan escesivo  calor ocasionaba á la vez en aquellos desgraciados habitantes el vómito prieto de la fiebre amarilla. Así es que durante la calma del Océano aquellos campos inanimados y desiertos permanecian sin movimiento y sin ruido.

–– ¿ Cuál es ese cono inmenso que desgarra el horizonte ? preguntó Martinez.

–– ¡ El cerro de la Brea ! un pico mas elevado que el llano, dijo el gaviero.

Este era el primer pico importante de la inmensa cadena de las Cordilleras.

–– Alarguemos el paso, dijo Martinez, dando el ejemplo ; procedentes de las haciendas septentrionales de Méjico, nuestros caballos se han acostumbrado en sus largas jornadas al traves de las sabanas á andar por este terreno desigual, aprovechémos el declive del camino y salgamos de estas inmensas soledades.

–– ¿ Remordiales acaso á Martinez su conciencia !

–– ¡ Remordimientos!... no... Pero quiero saber si las Mejicanas abrigan aun sus hermosos cuerpos con los rebozos de seda azul y blanca.

–– ¡ Vamos adelante ! dijo José. Silbando allá en sus adentros una cancion española. Martinez no hablo ya mas, y marcharon ambos al trote rápido de sus jacos.

Llegaron al cerro de la Brea, y le atravesaron por sendas colgadas en las faldas de la montaña ; pero todavía estaban léjos de la naturaleza, y de los principios insondables de los conos de la Sierra Madre. Cuando bajaron la cuesta opuesta, se pararon para dar descanso á los caballos, y resfrescarse unos y otros en los raros manantiales del camino seco.

Todavía no se habian internado lo bastante para echar de ver los cambios de vegetacion y de temperatura de las zonas ménos ardientes.

Desaparecia el sol en el horizonte, cuando el teniente y su compañero llegaron al pueblo de Cigualan, compuesto de algunas casucas habitadas por pobres Indios, llamados mansos. Los indígenas sedentarios son perezosos en general, y se contentan con recoger las riquezas de la tierra. Los Indios que habitan las mesetas superiores son mas laboriosos.

La hospitalidad que recibieron los Españoles en esa aldea fué mediana. Los Indios conocian en ellos sus antiguos opresores, y estaban poco dispuestos á serles útiles.

Ademas, acababan de atravesar la aldea dos aventureros, llevándose consigo la poca comida disponible. Los Españoles no notaron esta particularidad...

Abrigáronse bajo una especie de casucha, y prepararon allí para comer una cabeza de carnero cocida con lentitud. Cuando la creyeron cocida, la gustaron y la comieron. Acabada la comida, los viajeros se echaron en el suelo con su puñal en la mano, y como estaban cansados quedaron luego dormidos, á pesar de tan dura cama y de las contiguas picaduras de los cínifes.

Martinez repitió sin embargo en medio de agitado sueño :

–– ¿ Por qué han desaparecido Jacopo y Pablo ?

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iii.– de cigualan a tasco.

El dia siguiente, al amanecer, ensillaron y pusieron las bridas á los caballos, y los viajantes, continuando por las sendas medio abiertas que serpenteaban á su vista, se introdujeron en el este, siguiendo el sol que les enviaba sus mas alegres rayos. Anunciábase su viaje bajo favorables auspicios, y sin la taciturna marcha del teniente que hacia contraste con el buen humor del gaviero, se les hubiera tenido por los hombres mas honrados de la tierra, y hasta el cielo parecia partícipe de su traicion.

         El terreno subia mas y mas, y por ello no podian ir tan de prisa. La inmensa meseta de Chilpanzingo, donde reina el mejor clima de Méjico, no tardó en descubrirse. Este país, que pertenece á los terrenos templados, está situado a 1,500 metros encima del mar, y no conoce los calores de los terrenos inferiores, ni los frios de las mas elevadas zonas ; pero los Españoles dejaron estos desiertos á su derecha, y llegaron luego al pueblecito de San Pedro. Al cabo de dos horas que descansaban, volvieron á ponerse en marcha en dirección hácia la ciudad de Tutela del Rio.

         –– ¿ Dónde dormiremos esta noche ? preguntó Martinez.

         –– ¡ En Tasco ; gran ciudad comparada con estas aldeas !

         –– ¿ Es buena la fonda ?

         –– ¡ Buena cama ! ¡ buen clima !... Allí el sol quema ménos que en la orilla del mar... Llégase así gradualmente á helarse sobre las cumbres de Popocatepetl.

         –– ¿ Cuándo atravesaremos las montañas?

         –– ¡ Pasado mañana por la noche, y descubriremos el término de viaje!... una ciudad de oro... Teniente ¿ sabeis en lo que pienso ?

         Martinez no contestó.

         –– ¿ A dónde habrá ido á parar nuestro estado mayor?

         Martinez se estremeció.

         –– ¡ Cállate !... No sé... respondió sordamente.

         –– Yo creo, contestó José, que habrán muerto de hambre. Ademas cayeron varios al mar, y en esos parajes hay una especie de tiburón, la tintorera que á pocos nadadores perdona... Santa María ! si resucitase el capitan Orteva ¡ qué ocasion para ocultarse uno en la barriga de un tiburon!... Quizá su cabeza se halló á la altura del botabarra, y cuando viramos viento en proa...

         –– ¡ Callarás, miserable! Esclamó Martinez fuera de si mismo.

         El hablador marino se calló la boca.

         –– Hé aquí escrúpulos graciosos, se dijo interiormente el jovial José. Cuando vuelva, continuó en alta voz, voy a establecerme en este hermoso país de México, ¡ Se pasea uno al traves de las ananas y bananos, y cae uno sobre peñascos de oro y plata!...

         –– ¿ Por eso has sido traidor ? preguntó Martinez.

         –– ¡ Pues es claro, teniente ! ¡ por recoger dinero !

         –– ¡ Ah !... suspiró Martinez disgustado.

         –– ¿ Y vos? Repuso José.

         –– ¡ Yo !... ¡cuestion de gerarquía! el teniente se vengó del capitan.

         Estos hombres se examinaban en cuanto á su valor, y pesaban su delicadeza en el falso peso de sus viciosos instintos.

         –– Chiton, dijo Martinez, parándose de repente...¿ Qué es lo que veo allí bajo ?

         José se levantó sobre sus estribos.

         –– ¡ Nadie ! contestó.

–– He visto desaparecer rápidamente á un hombre, repuso Martinez.

–– ¡ Os lo habeis imaginado !

–– Le he visto, contestó inquieto el teniente.

–– ¡ Y bien ! mirad.... Y José continuó su camino.

Avanzó solo Martinez hácia una floresta de nopales. Las ramas de estos árboles se doblan hasta la tierra, se introducen en ella, engendran nuevos tallos, y forman así bosques impenetrables. El teniente se apeó : la soledad era completísima. Apercibió de repente que se removia en la sombra una especie de espiral, que era una serpiente pequeña con la cabeza machacada bajo un pedazo de roca, de la que saltaba aun la parte posterior de su cuerpo, como si fueran trozos galvanizados.

–– ¡ Habia aquí alguno !

Martinez descolorido miró en todas direcciones, y principió á temblar como delincuente y supersticioso.

–– ¿ Qué es eso ? ¿ qué es eso ? murmuraba en su espanto.

–– ¡ Y bien ! preguntó José riéndose.

–– ¡ Nada ! contestó Martinez ¡ adelante !

Los viajeros costearon los márgenes del Mejala, tributario del rio Balsas, subiendo su corriente, no tardaron en ver el humo, señal infalible para ellos de la próxima presencia de los indígenas, y se les apareció la pequeña ciudad de Tutela del Rio ; pero, como tenian prisa para llegar a Tasco ántes de hacerse de noche, no estuvieron en ella mas que algunos instantes.

         Á causa de ser escabroso el camino, los caballos iban despacio : encontraron por primera vez acá y allá bosques de olivos, pues el terreno era muy diferente, como tambien la temperatura y la vegetacion ; mas la noche no tardó en caer de los nacientes astros, lo que les impedia hacer observaciones geológicas.

         Martinez seguia de cerca á su conductor José, el que se orientaba con trabajo en las tinieblas espesas. Pero, acostumbrado á dirigirse por las estrellas, buscaba en el cielo las sendas transitables, al paso de maldecir contra una rama de árbol que le aporreaba la cara, y amenazaba apagar el rico cigarro español que estaba fumando. El único defecto que encontraba en el tabaco el hablador marino, era el de impedirle la conversación.

         El teniente dejaba que su caballo siguiese el de su compañero. Agitado su pecho de ciertos remordimientos, no comprendia como era presa de ellos, y se ofrecian á sus ojos los objetos bajo un oscuro colorido.

         Era ya completamente de noche ; así los viajeros alargaron el paso, atravesaron sin parase los pueblecitos de Contepec y de Iguala, y llegaron á la ciudad de Tasco. José dijo la verdad ; la poblacion era considerable respecto de los miseros villorrios que dejaron atras. En la calle mas ancha habia una especie de fonda. Dieron los caballos á un criado de cuadra, y entraron en el cuarto principal, donde habia una larga y estrecha mesa ya servida. Los Españoles tomaron asiento en ella, y colocándose ambos frente á frente, principiaron una opipara comida para paladares indígenas, pero que solo los hambrientos europeos podian tragar. La tal comida consistia en menudillos de pollos que nadaban en un océano de salsa de pimiento verde, y montones de arroz compuesto con pimiento encarnado y azafrán ; en unas gallinas viejas, rellenas de olivas ; en pasas, alfónsigos y cebollas ; en fin en calabazas azucaradas, garbanzos y verdolagas, á todo lo cual acompañaban tortas de maiz cocidas sobre una pala de hierro. Diéronles luego de beber ; pues en México no se desaltera nadie hasta después de haber comido. Sea lo que fuere, de todo comieron, y como estaban cansados, no tardaron ambos en dormir hasta muy tarde.

iv.– de tasco a cuernavaca.

El primero que se despertó fué el teniente.

         –– ¡ Arriba José!

         El gaviero tendió los brazos.

–– ¿ Cuál es el camino que tomamos ? preguntó Martinez.

–– ¡ Ah ! conozco dos, teniente.

–– ¿ Cuáles son?

–– El primero pasa por Zacualican, Tenancingo y Toluca. De Toluca á Méjico el camino es hermoso y pasa por la Sierra Madre.

–– ¿ Y el otro ?

–– El otro nos aparta un poco al este ; pero en recompensa pasaremos por cerca de las bellas montañas del Popocatepetl y de Iccotacihuatl ; es el mas seguro por ser el ménos frecuentado ; y desde los grandes picos se toca con la mano á Méjico, hasta donde tendremos un bello paseo de quince leguas, bajando continuamente.

–– Vamos por el mas largo y adelante. ¿ Dónde dormiremos esta noche?

–– Si andamos doce millas, en Cuernavaca.

         Fueron los dos Españoles á la cuadra, ensillaron sus caballos y llenaron las alforjas de tortas de maiz, de granadas y de carne salada, temiendo no hallar en el campo bastante comida. Pagaron el gasto, subieron á caballo y se apoyaron hácia la derecha.

         Vieron por primera vez el roble, árbol de buen agüero, á cuyo pié se paran las emanaciones malsanas de las mesetas inferiores ; en aquellas llanuras, animadas por una apacible temperatura, y situadas á 1,500 metros sobre el mar, las semillas llevadas desde la conquista estaban mezcladas con la vegetacion mejicana ; así es que se veian á la vez hermosos campos de trigo y los demas cereales europeos. Unos árboles de Asia y de Francia mezclaban entre sí sus distintos follajes ; las flores de Oriente esmaltaban la verde alfombra junto con las violetas, los acianos, la verbena y las margaritas de las zonas templadas ; los visajes de los arbustos resinosos variaban de acá y allá el paisaje encantador, y se olia el perfume de las suaves emanaciones de la vainilla, protegida de la sombra de los balsameros y de los liquidámbares. Por eso los dos aventureros esperimentaban un bienestar bajo la temperatura media de 20 á 22 grados, regular en los climas de Jalapa y de Chilpanzingo, comprendidos en la denominacion de tierras templadas.

         Los viajeros se elevaban mas y mas sobre la meseta de Anahuac, y atravesaban las inmensas barreras que ciñen los llanos de Méjico.

         –– ¡ Ah ! dijo José, hé aquí el primero de los torrentes que hemos de atravesar.

         En efecto, un rio profundamente encajonado ahondaba un abismo á los piés de los viajeros.

         –– En mi último viaje este torrente estaba seco. Seguidme, teniente.

         Bajaron por una cuesta no muy inclinada en la misma roca, y llegaron á un vado no muy caudaloso.

         –– ¡ Este es facil! Dijo José. ¿ –– Pero los demas?

         –– ¡ También lo son ! cuando llueve mucho, estos torrentes se aumentan y se reunen con el riachuelo, llamado Ixtoluca, que encontraremos mas tarde entre las grandes montañas.

         –– ¿ Peligramos algo en estas soledades ?

         –– ¡ El puñal mejicano, nada mas !

         –– Es cierto, respondió Martinez. Estos indios de países elevados son fieles al puñal por costumbre y tradicion. Así es que llaman de mil maneras á su arma favorita : estoque, verdugo, puñal, cuchillo, beldoque, navaja. ¡ Tan pronto les viene la palabra á la boca, como el puñal á la mano !

         –– Más vale así, Santa María, la ménos no tememos las balas invisibles de las largas carabinas. ¡ No hay cosa que mas me pueda, como ignorar el malvado que mata !

         –– ¿ Qué castas diferentes de Indios habitan en estas montañas ? preguntó Martinez.

         –– ¡ Ay Dios mio ! ¿ Hay alguno capaz de determinar las diferentes clases que habitan en Méjico? Todos los países han concurrido á este Eldorado. ¡ La sed de oro, mi teniente ! ¡ Mirad ántes todas esas mezclas de razas que con tanto ahínco he estudiado, para contratar un dia un buen casamiento ! Créese que la mestiza es hija de Español y de India ; la castiza de una mestiza y de un Español ; el mulato de un Español, y de una negra ; el monisco de una mulata, y de un Español ; la albina de una monisca, y de un Español ; la tornatras de un albino y de una Española ; el lobo de una India y de un negro ; el caribujo de una India y de un lobo ; el barsino de un coyote y de una mulata ; el grifo de una negra y de un lobo ; el albarazado de un coyote y de una India ; la chanisa de una mestiza y de un Indio ; el mechino de una loba y de un coyote ; sin contar, mi teniente, ls bellas goletas blancas que mas de un forbante...

         José decía la verdad, y la pureza de las razas demasiado problemáticas en aquellas comarcas hacia incierto el estudio antropológico. Pero, á pesar de las sabias conversaciones del gaviero, Martinez recaia siempre en su taciturnidad primitiva, y se alejaba gustoso de su compañero, cuya presencia llevaba mal al parecer. No tardaron los otros dos torrentes en cortar el camino á los viajeros ; mas el teniente se llevó chasco al verle enjuto, pues creia allí abrevar á su caballo.

         –– Hénos aquí como en plena calma, sin viveres y sin agua, mi teniente. ¡ Seguidme ! Veis aquel árbol que se confunde con los robles y los olmos ; es el ahuhuetl, que reemplaza con ventaja los tapones de paja con los que se adornan las fondas. Bajo su sombra se halla siempre un manantial ; ¡ pero no siendo mas que agua, os aseguro que para mí el agua no es sino vino de postre!

         Los viajeros dieron la vuelta al espesillo ; pero buscaron en vano la prometida fuente. Y si embargo, José tenia razon.

         –– Es estraño, dijo avanzando hácia tan precioso árbol, y juró entre dientes. Habian cortado el árbol por algunos piés mas arriba de las raíces, y arrastrado muy léjos del terreno donde nació, y que contenia el manantial de agua viva. El corte era reciente.

         –– ¿ No es verdad que ello es estraño ? dijo Martinez, volviéndose pálido. ¡ Adelante, adelante !

         Los viajeros no hablaron ni tan sola una palabra hasta que llegaron á la aldea llamada Cacahuamilchan, donde vaciaron un poco las alforjas, y se dirigieron hácia Cuernavaca, introduciéndose en el este.

         El país se presentaba entónces bajo un aspecto inopinado, é indicaba los gigantescos picos que desde sus cumbres de basalto paran las nubes que vienen del Océano. Al revolver una gran roca, apareció el fuerte de Cochicalco, hecho por los antiguos mejicanos, y cuya meseta tiene 9,000 metros cuadrados. Los viajeros se dirigieron hácia el inmenso cono que forma la base, coronada de rocas que oscilan y de escombros de mal aspecto. Despues de haberse apeado y atado los caballos en el tronco de un olmo, deseosos Martinez y José de descubrir la direccion del camino, consiguieron subir á la cumbre del cono á favor de las asperezas del terreno.

         Venia cayendo la noche, y la espesa niebla que la cubria, revestia los objetos de cierta forma indecisa, prestándoles una fantástica forma. El antiguo fuerte paracia idéntico á un enorme bisonte agachado en el llano, y Martinez con la cabeza inmoble y la inquieta mirada creia ver que se agitaban las sombras sobre el cuerpo del monstruoso animal. Sin embargo callaba para no dar pié á las chanzas del incrédulo José. Este se aventuraba lentamente al traves de las sendas de la montaña, y cuando desaparecia tras de alguna fragosidad, guiaba á su compañero con los gritos de : Santiago y Santa María.

         Levántase de repente un enorme pájaro nocturno, lanzando una ronca voz y elevándose con pesadez sobre sus anchas alas. Paróse Martinez ens eguida, separado de su compañerom y vió oscilar un enorme trozo de roca sobre su base á 30 piés mas arriba. Cae de repente, rompe todo lo que encuentra, con la velocidad y ruido del rayo, y va á enterrarse en el abismo.

         ¡ Santa María ! oh, mi teniente !

         –– ¡ José !

         –– Por aquí.

         Y reuniéronse los dos Españoles.

         –– ¡ Qué alud ! ¡ bajemos, dijo el gaviero !

Martinez le siguió sin hablar una palabra, y no tardaron en llegar los dos á la meseta inferior, donde un surco destructor señalaba el paso de la roca.

         –– ¡ Santa María ! esclamó José, ¡ á Dios nuestros caballos, aplastados, muertos !

         –– ¡Santo Dios ! pronunció Martinez.

         –– ¡ Mirad !

         El árbol al que ataron los dos animales, habia desaparecido con ellos.

         –– ¡ Por Santiago ! si nos hubieran hallado debajo, repuso filosóficamente el gaviero.

         Martinez estaba estremecido.

         –– La serpiente aplastada, el árbol arrancado de raíz, el alud, dijo, y de repente con los ojos hoscos se lanza contra José.

         –– ¿ No acabas de hablar del capitan Orteva ? le preguntó, contractados sus labios por la cólera.

         José retrocedió, pues Martínez daba miedo.

         –– ¡ Hola, cuidado con la locura, teniente ! Saludemos de nuevo á nuestros caballos, y adelante se va. ¡ No me gusta permanecer aquí, cuando la vieja montaña menea sus greñas !

         Rompieron la marcha los dos Españoles sin hablarse, y á medianoche llegaron á Cuernavaca ; pero no pudieron hallar caballos, y el dia siguiente por la mañana dirigieron su viaje hácia la montaña de Popocatepetl.

v.– de cuernavaca a popocatepetl.

La temperatura era fría y nula la vegetacion ; aquellas inaccesibles montañas pertenecen á las zonas glaciales, llamadas tierras frías. Los pinos, aquellos flacos habitantes de las regiones nebulosas, arriesgaban ya sus secas siluetas entre los últimos robles de los climas elevados, y por eso encontraban ménos manantiales en los terrenos compuestos en gran parte de rocas abiertas y de porosas amigdaloides.

        Hacia seis largas horas que se arrastraban los Españoles con dificultad, desgarrando sus manos en las puntas de las rocas, y sus piés en los agudos guijarros del camino. El cansancio les obligó luego á sentarse, y José dispuso algo para alimentarse.

        –– ¡ Qué tontería es venir por aquí, en vez de seguir el camino regular ! dijo.

        Creian los viajeros hallar en Aracopistla, aldea enteramente oculta en los montes, algun medio de trasporte para terminar su viaje ; pero se llevaron un chasco, pues allí no había sino la pobreza y la inhospitalidad de Cuernavaca. Sin embargo preciso era continuar viajando.

        Veiase frente á ellos la inmensa altura del cono de Popocatepetl, y la mirada se perdia en las nubes, buscando la cumbre de la montaña ; el camino era árido y triste ; se descubrian en todas direcciones insondables precipicios que se escavaban en los saledizos del terreno, y las sendas vertiginosas oscilaban bajo los piés del viajero. Para reconocer el terreno, era preciso trepar parte de esta montaña de 5,400 metros de alta. Los Indios llaman á esta cuesta la roca humeante, y se ven aun en ella rastros de las recientes esplosiones volcánicas, sombrías hendiduras en sus flancos ex abruptos, y á veces se desgarra de repente su vacilante capa. Nuevos cataclismos habian derribado aquellas movedizas soledades desde el ultimo viaje del gaviero José ; por eso se perdia en medio de las intransitables sendas, y se paraba frecuentemente á oir el sordo ruido que corria acá y allá a traves de las hendiduras de la montaña.

        El sol desaparecia visiblemente, y las recias nubes disipadas en el cielo se asemejaban al reflejo de las inmensas rocas que erizaban el sol. La lluvia y la tempestad amenazaban aquellas comarcas, cuya elevacion acelera la evaporacion del agua. Toda clase de vegetales habian desaparecido,  y solo se veia acá y allá mecerse algunos pinos sobre aquellas rocas cuya cumbre se pierde entre la nieve eterna.

        –– ¡ No puedo ya mas ! dijo José, cayendo de cansancio.

        –– ¡ Continuemos andando ! repuso Martinez impaciente.

        Oíanse ya resonar algunos truenos en las hendiduras de Popocatepetl.

        –– ¡ Cómo soy José, si sé donde me encuentro !

        –– ¡ Levántate y andemos ! dijo bruscamente Martinez.

        Y obligó a José á que anduviese tropezando.

        –– ¡ Y sin alma que nos guíe !

        –– ¡ Mas vale así ! contesto el teniente.

        –– Pues ¿ ignorais acaso que en Méjico se cometen por año mil asesinatos, y que los alrededores son muy peligrosos ?

        –– ¡ Me alegro ! dijo Martinez.

        Gotas gordas de agua brillaban acá y allá sobre las rocas, alumbradas por los últimos resplandores del cielo.

        –– Cuando atravesemos los picos que nos rodean, ¿ qué es lo que veremos ? preguntó el teniente.

        –– Méjico á la izquierda, y la Puebla á la derecha ; pero no distinguiremos nada ; hace demasiado oscuro... En frente está la montaña de Icotacihuatl ; y en la barranca el buen camino ! Pero ¡ nunca llegaremos allí!

        –– ¡ Andemos !

        Tenía razón José. La meseta de Méjico se halla encerrada en un inmensocuadro de montañas ; es estensa la concha, óvalo de dieciocho leguas de largo, de doce de ancho, y de sesenta y siete de circunferencia, rodeada de altos picos entre los cuales se distinguen en el sudoeste el Popocatepetl y el Icotacihuatl. Cuando se llega á la meseta de Anahuac, y continuando hácia el norte, el camino es bueno hasta Méjico. Admíranse al traves de las largas calles de olmos y de álamos los cipreses plantados por los reyes de la dinastía Azteca, y otros árboles semejantes á los sauces llorones de Occidente. Acá y allá los campos labrados y las flores de los jardines muestran sus ricas cosechas, mientras que los manzanos, granados y cerezos respiran libremente bajo el cielo azul, que solo pertenece al aire seco y rarefacto de las alturas terrestres.

        ¡ Pero qué cansancio y tormentos para llegar allí !

        Los relampagos se repetian en la montaña con as estrépito, la lluvia y el viento cesaban algun tanto y los ecos se oian entonces en la atmósfera mas fácilmente.

        ¡ José juraba á cada paso, y Martínez pálido y silencioso, lanzaba miradas feroces sobre su cómplice, el cual se cuadraba delante de él como su la acusacion fuese viva !

        ¡Alumbra de repente un relámpago la oscuridad ! los viajeros se hallaban en el borde de un precipicio !... Martinez anda de prisa hácia José, y poniéndole la mano en el hombro y dejando pasar el ruido del trueno, le dice :

        –– ¡ José !... tengo miedo...

        –– ¡ Miedo ! ¿ miedo de una tronada ?

        –– ¡ Miedo, porque me acusa la conciencia ! Las tempestades del cielo no las temo, lo que me estremece, es la tronada que se desencadena dentro de mí !...

        –– ¡ Esa traicion os vuelve loco !

        –– No es la traicion...

        –– ¡ Ah ! señor Orteva... Me haceis reir, respondió José, que estaba léjos de ello ; pues Martinez miraba con espanto y tenia los cabellos erizados !

        Resonó entónces un inmenso trueno, el que agobiando á los dos traidores, los separó entre sí algunos pasos.

        –– ¡ Cállate, José, cállate !

        –– La noche es á proposito para reprenderme, repuso el gaviero ; si teneis miedo, tapaos los ojos y los oídos.

        –– Me parece que veo á aquel desdichado...

        Se había levantado una sombra negra á veinte pasos de ellos, iluminada de un blancuzco relámpago ; José vió entónces á Martinez cerca de si pálido, turbado, aturdido.

        –– ¿ Qué es eso ? esclamó.

Salió un relámpago de las tinieblas y los cubrió á los dos ; José vio un brazo levantado sobre si con un puñal en la mano.

        –– ¡ Socorro! esclamó.

        –– ¡ Muere !

        ¡ Dejóle en el sitio ; Martínez huia en medio de la tempestad, melancólico y ensangrentado como Cain !

        Un momento despues se inclinaban dos hombres sobre el cadáver.

        –– ¡ Hola, estais bien muerto !

        –– ¡ Aquella serpiente aplastada estuvo á pique de descubrirnos !

        –– ¡ Esa roca no ha hecho sino la mitad de la tarea !

        –– ¡ Adelante !

Martinez corre despavorido y como un loco al traves de tan estrepitosas soledades. Los relámpagos le empalidecen aun mas y le abrasan de un modo infernal.

        –– ¡ En el infierno ya ! ¡tan pronto ! esclamó. Corre sin nada en la cabeza á pesar de llover á torrentes, y aun sí no consigue apagar el ardor de su cráneo... ¡ Socorro ! ¡ socorro ! grita tropezando sobre las resbaladizas cumbres. ¡ Los pinos se inclinan al parecer hácia él para! Ahogarle en sus fantásticos brazos ; las rocas se asemejan á monstruos agachados en la sombra para devorarle á su paso ; los precipicios se inflaman ; los continuos relámpagos vomitan á sus piés el fuego vengador del infierno !

        Martinez de continuo bajan, ora escalando las tenebrosas cimas, ora rodando su cuerpo magullado en las rocas que se hunden á su paso.

        De repente se oye el ruido de un profundo hervidero, mira... ve al parecer agitada la montaña, y siente , pues no ve, que bajo sus plantas corre espumoso un torrente que zumbaba en las esquinas de las rocas. Este torrente es el arroyuelo de Ixtoluca que hierve á 500 piés de él en la hondura. Desea huir, y cae en tierra.

        Mas furiosa que nunca , se desata la tempestad , y la tierra , disputando al parecer en cólera con el cielo, responde á los torrentes de lluvia con exhalaciones de fuego. Entreábrese con un inmenso estrépito la cima del Popocatepetl, de donde brotan llamas, arrojando á larga distancia rocas caldeadas. La lava corre á torrentes de las alturas de la montaña, disipa las tinieblas con su resplandor, y precipitándose en el abismo, confunde sus cascadas de fuego con las de espuma.

        –– ¡ Qué horror ! esclama Martinez.

        Se levanta arrodillado y mira alrededor de sí mismo. No lejos de él hay sobre el mismo torrente un puente , hecho con arbustos, ligados entre sí por medio de fibras de pita y sujeto en las dos orillas con unas estacas metidas en la roca, que, agitado por el viento oscila como un hilo en el aire.

        –– ¡ Es preciso huir !

        Martinez, asido con furor de las enredaderas que sostienen la senda aérea, se adelanta á gatas, balanceando encima del torrente de agua y de llama que salta á 500 piés más abajo.

        Por medio de un esfuerzo heróico llega á la ribera opuesta. En medio de aquellos horrores nocturnos aparece delante de él una sombra muy abultada.

        Martinez retrocede sin decir una palabra : se acerca á la orilla que ha dejado, se vuelve... Ve otra forma humana en pié junto á sí.

        Vuelve Martínez á arrodillarse en medio del puente del que se agarra, conducido de la desesperacion.

        –– ¡ Martinez, soy Pablo !

        ––  ¡ Martinez, soy Jacopo !

        –– ¡ Has sido traidor !... Vas á morir.

        –– ¡ Has matado !... Vas á morir.

        –– ¿ Ves el infierno que te rodea ya con sus llamas ?... ¡ Será tu eternidad ! ¡ No irás á vender en Méjico las naves españolas !

        El volcan agita mas fuertemente su cabeza desgreñada, y el resplandor del cráter que cubre las montañas, reviste el cielo todo de sus colores de fuego.

        –– ¡ Muere ! dicen las dos voces.

        Oyense entónces dos golpes secos en los dos estremos del puente, y caen las estacas bajo la hacha.

        Resuena un horrible rugido, y cae Martinez precipitado en el abismo con los brazos abiertos.

        ––  ¡ He vengado al señor Orteva ! dice Jacopo.

–– ¡ He vengado al señor Orteva y la patria ! añade Pablo.

Tal fué el orígen de la marina de la Confederacion mejicana, pues los dos buques quedaron para la nueva República, y fueron el núcleo de la escuadrilla que disputaba no há mucho las provincias de Tejas y California á los gigantescos navíos de los Estados Unidos de América.

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Derechos Reservados para Ernesto A. Zavaleta Eraña