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El arrebatamiento de Donald Trump

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¿Una flor de cempasúchil en pleno Nueva York? Pues bueno, sea dicho: el sol irradiaba como una gigantesca flor de cempasúchil, cempoal xóchitl, nombre científico Tagetes erecta, por otras denominaciones tagetes o damasquina... en el cielo de Nueva York. Era noviembre pero hacía calor. Y luego niegan el calentamiento global, pero en fin. Era mediodía de primero de noviembre en Nueva York y todo mundo abochornado por la calor --¡ay, rubias de Niu York!--, que no por su candidato, que también les debía acalorar, pero en fin... Por doquier las vitrinas de comercios y oficinas ostentaban papel picado y a la huesuda fina, a la catrina flaca, la mera mera de Posada, nacido José Guadalupe. ¿Y qué hace la Catrina tan al norte de Mixcoac? ¿De cuándo acá los gringos celebran Día de Muertos? ¡Pinche James Bond! ¡Pinche Disney! Ora anda todo mundo pintado de calavera en noviembre, y hasta el sol de cempasúchil... ¿Qué, se desquitaron? ¿Si México se apropió del Jalogüín, los primos güeros se agarran el Todos los Santos? Y luego dicen que cuál globalización inversa, cuál colonialismo de reversa y sin protección. ¡Pinche Cristóbal Colón! Pero en fin... Quinientos años de resistencia, le llaman algunos. Quinientos años de sincretismo y pachanga, digo yo. Sufrimos pero nos vale madre. Somos hijos del rezo y del desmadre; del tamal y la leche de vaca; del tepache y la cerveza; de la tuna y la naranja. Qué sería de nuestra torta de jamón sin el bolillo de trigo y el jamón, ahí está; sin el aguacate y el jitomate, qué pues. Porque como quiera algunas quesadillas igual van sin queso, pero la concha sin su chocolatito bien espumoso vale para pura... Digo: qué serían las fiestas patronales sin la pólvora y los instrumentos de metal. Qué sería nuestro diciembre sin las Posadas ni la Navidad. Qué sería de México sin su águila ni la Virgencita. ¡Y qué sería ahora del Superbowl sin su guacamole!

Como que de pronto me explayo a ratos en medio de los congestionamientos viales por las calles de Niu York. ¡Ay, rubias de Niu York!

--Why should I care of it? --escupe de pronto su tedio el rubio pasajero que va atrás en el taxi. ¡Ay, güey! Son of a...! ¡Si es Donald Trump! ¿Y qué hace Donald Trump en mi taxi? ¿Qué no tiene su limusina y su chofer? Y ya no digamos ¡qué hace el CANDIDATO PRESIDENCIAL republicano en mi taxi y sin protección! ¡Sin guaruras, digo! Fuckin' Disney ¡o qué! Creo que le llaman peoples shower acá a los baños de pueblo. Je je je. No, esa es mía. Je je je je. Pero estábamos en que ¡Virgen Santa! ¿Y ora qué?

A ver:

--Oiga, míster... Sir... You are [fuckin'] Donald Trump, right? --le pregunto al güero.

--Yes, I am --responde bien gallito el Donald, apellidado el Trump. Mira, mira.

--Oiga, pero usted no nos quiere a los mexicaaanos... --le digo más con ánimo de fiesta que de agravio--. You despise all we mejicans. Pues qué pasó, qué pasó vamos ahi. Qué Pachuca por Acapulco, pues. Ja ja.

--No. I love Mexico --responde como si tal la cosa--. Me guiustan les tacous. I like your president. Nice. Very decent person, great leader.

¡El Peña, hazme favor!

--Pues sí, pero... You tell everybody we mejicans are nasty people. You say we kill, we rape, we... drugs! (A todos les dices, cabrón de mierda, que somos horrendos. Que matamos, violamos o traficamos).

--Yes you do! Not all of you maybe. Sure there are some of you who don’t kill, or rape, or deal with drugs. But you people do. Not you personally... maybe. (Pues ¡así es!, caballerete. No todos quizá. Seguro hay por ahí algunos de Uds. que no matan, o violan, o asesinan. Pero en general, sí. Tú no en particular... tal vez).

¡Ah, qué gringo tan chistoso este! ¡Ah, qué la machihuepa!

--Oiga, don... Señor Trump, no debería echarle tantas maldiciones a la raza. Mire, un día de noviembre de estos se le aparece Pancho Villa y se lo lleva patas de catre --le digo, aludiendo al Pancho Villa calaca con que alguien adornó la vitrina de un Macy's.

--Ji ji ji ji ji ji. You funny man. Qué graciosou --comenta el gringo viejo.

--I speak en serio, míster Trump. Pancho Villa no se anda por las ramas. Si no pregúnteles a los de Columbus cómo les fue allá por el novecientos quince o diciséis.

--Ji ji ji ji ji. You funny man, funny man.

--En serio, míster Trump. Mire... En México no todo son balas y drogas. También tenemos canciones. A ver, ¿sí ubica a Agustín Lara, a Jorge Negrete? O ya más pacá, ¿a Vicente Fernández o Juan Gabriel? ¿O es Ud. más bien de Thalía?

--Oh! Mottola's wife. Mui bonita. Very beautiful... Guess she's not Mexican.

¡Aaaaaah!

--¿No le digo? ¡Claro que es mexicana! ¡Más mexicana que el mole poblano o los nopales con rajas! Mire, los mexicanos somos morenos, pero también somos güeros...

--You don't.

'Jo de la...!

--Somos güeros y somos negros y hasta tenemos algo de chino y de coreano, que los mexicanos nacemos donde se nos pega la gana. Y ya entrados, hasta lo ruso y lo gringoalemán nos va saliendo.

--Negroes are not Mexicans.

Qué feo suena negros cuando lo dicen ciertos gringos, con razón ya nadie le quiere decir así a los negritos.

--Sí, como le decía... también hay mexicanos negritos. ¡Y que vivan los negros, chingada madre! ¡Viva México, cabrones! --exclamo, y veo por el espejo a don Trump, quien deja las manos enguantadas sobre el regazo. Su mole, como aprisionada dentro del abrigo de lana oscura. Hace morritos con los labios en franco plan de menosprecio.

--Sure you are a good fella --condesciende al fin. Esquina bajan, joven--. Keep the change --dice al tiempo que me alarga un jaksoncito.

¡Uy, ni aguantan nada algunos!

--Péreme, péreme. Yo siempre le doy el vuelto a mis clientes --le respondo al candidato. Faltaba más--. Tenga, son seis veinticinco de cambio.

--You thief! --O sea ¡ladrón!, me grita rojo rojo, igualito que en sus rallys políticos. O sea que ya se le acabó el romance por México.

--Son trece dólares setenta y cinco centavos por la tarifa, míster Trump --le aclaro.

--¿Trece dólares por estar parados a media ciudad? --reclama con pantagruélica indignación. Y me señala mordiéndose el hocico y frunciendo el entrecejo--: You thief!

--Es lo que marca el taxímetro, y yo no controlo la fluidez del tránsito --le explico, con el tradicional estoicismo del Bajío.

--You Mexican thief! ¡Todos son iguales! You are all the same! ¡Deberían deportarlos a todos! ¡Deberían estar encerrados! Lock down! ¡Necesitamos el muro ya! ¡Construiré cuando sea presidente de los Estados Unidos un muro gigante preciosou, y todos Uds. van a pagar por él! ¡Entre todos lo van a pagar!

--Pues por lo pronto Ud. paga su viaje. Ahi ta su feria. Que Dios lo acompañe y a chingar a su madre.

--You can keep the change, señor. Quédese con el cambio. Keep the change! --decía y decía, y así se bajó del taxi dando un portazo, como dice la tradicional. Caminó dos pasos y luego luego se encontró con otros güeros con cables que les salían de las orejas y que se secreteaban sabrá Dios con quién, hablando por encima del hombro. Como seguíamos parados todos los autos, pude seguirlos con la mirada mientras caminaban entre el gentío hasta que se detuvieron frente a un puesto de hotdogs.

Todavía alcancé a escuchar a míster Trump echando pestes contra México y los mexicanos, y que si el muro y si huichicuántos:

--We must stop... detener este flujo imparable de migración que nos invade y nos amenaza! ¡Mira! ¡Mexicanos y México everywhere! ¡Tacos, tortillas, comida mexicana en la Sexta Avenida! ¡Y por qué esas calaveras y esos sombreros! ¡Por qué la gente se pinta los rostros como muertos de película mexicana! ¡Por qué la gente ha dejado de celebrar al American Way! ¡Dónde están las brujas y las calabazas! ¡Qué es esto de ¿no me da mi calaverita?! ¡Todo es la invasión de la muerte mexicana, del crimen mexicano que debemos detener right now! ¡Y yo acabo de ser asaltado por un taxista mexicano! ¡Te digo que ya necesitamos el muro! ¡Grande, hermoso muro!...

Aquel seguía y seguía con la bravata aunque yo ya no lo oía, y ya nomás me daba risa.

Y en eso estaba cuando no sé de dónde se vino una ventolera y se oyeron unos aires como de ópera alemana medio siniestros, medio amenazadores pero bien hermosos.

La gente volvió la vista, gente corrió a guarecerse, gente quedó como las estatuas de marfil en el lugar donde estaba. Yo subí los vidros automáticos del taxi y nomás veía la polvareda, los papeles que revoloteaban y el gesto incrédulo de Donald Trump. Ya se oían gritos, alaridos como de mujer que exclamaban ''¡Jayató, jayató!'', o algo así.

Y de pronto, como si descendieran del cielo, un grupo de jinetes y amazonas ataviados como los dorados de Villa irrumpieron sobre la ciudad y hasta por encima de mi taxi. Los cascos de los caballos resonaron en el techo de mi taxi y hasta me lo abollaron y me estrellaron el parabrisas, te digo. Ya al ganar el suelo, los jinetes hicieron suertes para controlar a sus monturas encabritadas; yo miraba esperando unos coleaderos o unos piales, pero solo fueron calas de lados y medios lados que me permitieron ver a uno de los jinetes, el cual era igualito a la calavera de Pancho Villa en la vitrina del Macy's, me cae que sí. Y de repente Pancho Villa que se le abalanza a Donald Trump, y tirando a sus guaruras como mequetrefes contra el pavimento, que se lo jala y lo monta de panza en la grupa del caballo. Y mientras el Trump gritaba sus ''somebody!'', con él se van todos derechito a aquella gigantesca flor de cempasúchil radiante, de vuelta a la región extraterrestrial de la que vinieron, para nunca más volver.

¡Ay, rubias de Niu York!

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Derechos Reservados para Ernesto A. Zavaleta Eraña